jueves, 27 de agosto de 2009

Calles

La Ciudad, esa cosa viva, fría y desolada. Tan impersonal y la vez tan impregnada en nosotros. Sus humores e historias que nos atraviesan en el hastío de los días hasta saciarnos de imagenes violentas y solitarias, endurecen la poca calidez que aun late en nuestra pálida humanidad.
La ciudad; vengativa, oscura y llena de figuras espectrales, donde quien no es mi enemigo es mi verdugo.
Ciudad, criatura vil, devoradora de inocencias inmaculadas y albergue de todo tipo de aberraciones trastornadas, mantenido en selénico romance con la desesperación de esos que sucumben a su necesidad de conmiseración.
Las calles, bañadas por la argentina luz de la luna, que es tenue lo suficiente para esconder miradas depravadas y silencios asesinos como sólo un humano los puede suscitar, y el miedo que se levanta desde el frío del suelo en densos efluvios que van a parar a la espina dorsal de cualquier desprevenido transeunte que pretenda caminar por las inexpugnables oscuridades de la Ciudad. Calles habitadas por personajes siniestros e invisibles que en las avenidas vacías evocan los horrores más indecibles.

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