viernes, 13 de marzo de 2009

La isla

Todos saben que Odiseo naufragó, en el camino de regreso, permaneció nueve años en la isla Ogigia, habitada únicamente por Calipso, antigua diosa.


Calipso: Odiseo, nada es muy diferente. También tú, como yo, quieres detenerte en una isla. Todo lo has visto y padecido. Tal vez un día yo te diga lo que he padecido. Ambos estamos cansados de un destino tan grande. ¿Porqué continuar? ¿Qué te importa si la isla no es la que buscabas? Aquí ya nada sucede. Hay un poco de tierra y un horizonte. Aquí puedes vivir siempre.

Odiseo: Una vida inmortal.

Calipso: Inmortal es quien acepta el instante. Quien no conoce ya un mañana. Pero si te gusta la palabra, dila. ¿Has llegado, en verdad, a ese punto?

Odiseo: Creía inmortal a quien no teme la muerte.

Calipso: A quien no espera vivir más. Ciertamente, casi lo eres. Tú también has padecido mucho. Pero ¿por qué esa obsesión de volver a casa? Todavía estás inquieto. ¿por qué vas hablando solo entre los escollos?

Odiseo: Si yo partiera mañana, ¿serías infeliz?

Calipso: Quieres saber demasiado, querido. Digamos que soy inmortal. Pero si no renuncias a tus recuerdos y a tus sueños, si no depones tu obsesión y aceptas el horizonte, no te librarás del destino que conoces.

Odiseo: Se trata siempre de aceptar un horizonte ¿Y obtener qué, a cambio?

Calipso: Apoyar la cabeza y callar, Odiseo. ¿Te has preguntado alguna vez porqué también nosotros buscamos el sueño? ¿Te has preguntado adónde van los viejos dioses que el mundo ignora? ¿Por qué, siendo eternos, se hunden en el tiempo, como las piedras en la tierra? ¿Y quién soy yo, quién es Calipso?

Odiseo: Te he preguntado si eras feliz.

Calipso: No es eso, Odiseo. El aire, hasta el aire de esta isla desierta, que ahora solo vibra en el retumbar del mar y el graznido de los pájaros, está demasiado vacío. Y no es que haya nada que lamentar de este vacío. ¿Pero no sientes tú también, a veces, un silencio, un suspenso que es como la huella de una antigua tensión, de una presencia desaparecida?

Odiseo: Entonces, ¿tú también hablas con los escollos?

Calipso: Es un silencio, te digo. Algo remoto y casi muerto. Algo que ha sido y no volverá a ser. Del antiguo mundo de los dioses, cuando un gesto mío era destino. Tuve nombres pavorosos, Odiseo. Me obedecían la tierra y el mar. Después me cansé; pasó el tiempo, no quise moverme más. Algunas de nosotras resistieron a los nuevos dioses; yo dejé que los nombres se hundieran en el tiempo; todo cambió, permaneciendo igual; no valía la pena disputarles a los nuevos el destino. Comprendí entonces mi horizonte y por qué los viejos no habían disputado con nosotros.

Odiseo: ¿Pero no eras inmortal?

Calipso: Y lo soy, Odiseo. Morir no espero. Y no espero vivir. Acepto el instante. A ustedes, los mortales, les aguarda algo semejante, la vejez y el lamento. ¿Por qué no quieres apoyar la cabeza, como yo, en esta isla?

Odiseo: Lo haría si creyera que estás resignada. Pero incluso tú, que has sido señora de todas las cosas, me necesitas a mí, un mortal, para ayudarte a soportar.

Calipso: Es un bien recíproco, Odiseo. No hay verdadero silencio si no es compartido.

Odiseo: ¿No te basta que esté contigo ahora?

Calipso: No estás conmigo, Odiseo. No aceptas el horizonte de esta isla. Y no huyes del lamento.

Odiseo: Lo que me hace lamentarme es parte viva de mí mismo, como lo es de ti tu silencio. ¿Qué ha cambiado para ti desde aquel día en que tierra y mar te obedecían? Te sentiste sola y cansada y olvidaste tus nombres. Nada te fue arrebatado. Eres lo que has querido.

Calipso: Lo que soy es casi nada, Odiseo. Casi mortal, casi una sombra como tú. Es un largo sueño que empezó quién sabe cuándo y tú has entrado como un sueño en este sueño. Temo el alba, el despertar; si te vas será el despertar.

Odiseo: ¿Y eres tú, la señora quien habla?

Calipso: Temo el despertar, como tú temes la muerte. Es eso, antes estaba muerta, ahora lo sé. No quedaba de mí en esta isla sino la voz del mar y del viento. No era un sufrimiento. Dormía. Pero desde que llegaste, trajiste en ti otra isla.

Odiseo: Desde hace tanto tiempo la busco. Tú no sabes lo que es divisar una tierra y entrecerrar los ojos cada vez para engañarse. Yo no puedo aceptar y callar.

Calipso: Sin embargo, Odiseo, ustedes los hombres dicen que encontrar lo perdido es siempre un mal. El pasado no vuelve. Nada gobierna el transcurrir del tiempo. Tú que has visto el océano, los monstruos y el Elíseo, ¿podrías aún reconocer las casas, tus casas?

Odiseo: Tú misma has dicho que llevo la isla dentro de mi.

Calipso: Sí, pero cambiada, perdida, un silencio. El eco del mar en los escollos o un poco de humo. Nadie podrá compartirla contigo. Las casas serán como el rostro de un viejo. Tus palabras no tendrán el mismo sentido para ellos. Estarás más solo que en el mar.

Odiseo: Sabré al menos que debo detenerme.

Calipso: No vale la pena, Odiseo. Quien no se detiene ahora, en este instante, ya nunca se detiene. Lo que haces lo harás siempre. Por una vez, tienes que romper el destino, abandonar el camino, dejarte hundir en el tiempo....

Odiseo: No soy inmortal.

Calipso: Lo serás si me escuchas. ¿Qué es la vida eterna sino aceptar el instante que viene y el instante que se va? La embriaguez, el placer, la muerte no tienen otro fin. ¿Que ha sido hasta ahora tu continuo errar?

Odiseo: Si lo supiera, me habría detenido. Pero tú olvidas algo.

Calipso: Dime.

Odiseo: Lo que busco lo llevo en el corazón, igual que tú...

Césare

Tienes rostro de piedra esculpida

Tienes rostro de piedra esculpida,
sangre de tierra dura,
viniste del mar.
Todo lo acoges y escudriñas
y rechazas
como el mar. En el corazón
tienes silencio, tienes palabras
engullidas. Eres oscura.
para ti el alba es silencio.

Y eres como las voces
de la tierra -el choque
del cubo en el pozo,
la canción del fuego,
la caída de una manzana;
las palabras resignadas
y tenebrosas sobre los umbrales,
el grito del niño- las cosas
que nunca pasan.
Tú no cambias. Eres oscura.

Eres la bodega cerrada
con la tierra removida,
donde el niño entró
una vez, descalzo,
y que siempre recuerda.
Eres la habitación oscura
en la que se vuelve a pensar siempre,
como en el patio antiguo
donde nacía el alba.

Césare

Corto

No negarás que es un deleite ser hombre...

domingo, 8 de marzo de 2009

Delicadas y oscuras líneas de desastre...

Despierto ansioso con el peso de los días en la cabeza agotándome, camino lento por las calles que tiendes en el mundo para que llegue allí, te miro de lejos y sonrío para que sepas que quería verte y tú me miras la cara de desastre con tus ojitos de color dulzón.
Hola- me dices
Hola linda- te respondo
Pasan una horas y te fundo a mí en un solo apretón porque acaba de escampar. Te tomo la mano liviana (porque ya no pesa) y te llevo a caminar un rato por el final de la perra vida, para que conozcas, para que me conozcas un poco. Te sigo mirando la soledad en la mitad de mis besos y te pregunto...
Qué pasa nena?
Y tú me dices...
Nada, lindo. Nada...
Yo te abrazo sabiendo que "nada" es la mierda de los zapatos y te pongo un beso encima de la voz, y me acuerdo que todo cuanto quiero me cabe entre los brazos.
Y entonces esa tarde morí contigo en mis labios y mi cara de desastre en tus manos...
Al otro día cuando nací, ya no estabas, porque así te soñé, como pensé que eras, que un día te aparecías con tus acordes sabrosos de miel, y al otro día ya te escuchaba lejana y distorsionada en el pesar de la distancia. Entonces aproveché esa mirada tuya tan espantosamente deliciosa y me la guardé para siempre en la memoria de las palabras, en la memoria de mi mano y del sueño que me da por la noche cuando escribo. Entonces ahora despierto con ganas de mirarte en esas palabras de papel y tinta en las que estás todos los días, despierto ansioso intuyendo que estás en tu lugar favorito, añorando con dos, tres palabras, los ojos miel y la piel morena que un día tocaron el piano para mí entre el silencio de la soledad.

martes, 3 de marzo de 2009

Ego sum qui sum

Dos pasos en medio del desierto, la luz de la luna siguiendo el rastro de quien los dejara abandonados. La carcaza del silencio rodeando un cadaver de alce rodeado de moscas, fundiéndose en la tierra de ardor. La ausencia de esa verdad en las palabras y las cosas, en la voz y la mirada, la cobardía de amarrarse a la doxa y no poder ser la mar de céfiro, el animal salvaje al que no lo ata la certidumbre. Ser dos pasos sin camino y dos gotas de lluvia...
(Inconcluso)