Esa ausencia tuya es la que me desespera, ahí tendida.
El cuerpo es una cosa, nosotros somos cosa, y nos aterra darnos cuenta de ello.
Será por eso que nos enterramos o nos quemamos los unos a los otros? Esa imagen del cuerpo exánime, callando secretos que no cuenta para no quitarle el misterio a la deliciosa muerte, nos llena de angustia. Tanta quietud, sublimes en su paz.
Por eso tú, ahí tendida. Qué callas? Estas taciturna de palabras y besos...
Y entonces te entierro para no sentir el horror macabro de saber que todo ese tripaje ya no se mueve por si solo, ya no me asesina con miradas inquisidoras, ya no huele a cuando buscas al abrigo de mi brazo, ya no me duele tu voz en los oidos. Me duele tu silencio... Me duele el recuerdo de tu voz perdiendose en mi memoria y el recuerdo de tus palabras haciendo eco en mi dolor.
Buena muerte la tuya.
Entonces me arrodillo frente a la verdad, que pretenciosa te vuelves cuando ya no respiras... La Verdad, esa única que no se me va por entre los dedos del alma.
Y mira, de tu cuerpo salieron flores, y tu estas latente en ellas. Las tengo en mi mesa, es como estar contigo pero en silencio. Es como no tenerte aquí fente a mi porque no te huelo ni te siento. Es como tenerte a ti vacía, como cuando me enamoré de ti.
Ya eres ceniza, una parte de ti ha quedado en la zuela de un zapato, y con el triste andar te has dado cuenta que yo he estado siempre allí, esperándote.
Finalmente llegas, nos vamos juntos con el viento, tu muerta y yo vivo, tu silenciosa y yo ameno.
Sí, como me gustaría que estuvieras muerta.
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