Los segundos pasan rápido, el tiempo lame de afán y no deja las cicatrices que solía. El tiempo ahora corre, ya no se desliza lentamente por entre las comisuras de los labios y la saliva. El tiempo ya no se toma su tiempo para construír memorias elaboradas en las mentes, no plasma tatuajes ideológicos en los espíritus y ahora se vende y se compra junto a las ruinas de lo que ahora llaman el entusiasmo.
El tiempo ahora pasa con afán, como queriendo llegar a algún viejo lugar, buscando un lugar conocido, estrellándose con todo a su paso, sin reparar en la naturaleza, pierde su norte porque las cosas ya no envejecen. El tiempo ya no mata, mata la suerte, mata el capital, mata el amor, mata el destino. El último que murió de viejo descansa en paz en su tumba.
El tiempo corre vertiginosamente con más camino hacia atrás que hacia adelante, corriendo apresurado porque corre el riesgo de pasar de moda como una canción vieja, corriendo sin reparar en nada porque ya no vale la pena reparar en nada. Ya el tiempo brilló, ya dolió, se retorció de la deseperación y se regocijó en el encanto de los días felices.
Ya lo único que le falta al tiempo es que se detenga.