Me niego a escribir sobre mujeres pestilentes y aceitosas, que se derraman sobre cualquier homínido coprofágico. Nunca jamás escribire sobre esas mujeres que se gastan la vida deseando un poquito de cielo y que saben que en su vagina es la llave para obtenerlo. Me canse de prestarle atención a esas palabritas temblorosas de perra vieja, y a la constante necesidad de calor. Nunca jamás me tomaré el tiempo de etnografear unos ojos bien pintados y tan profundos como pueden ser, no perderé mi tiempo creando imágenes deliciosas a partir de realidades tan insatisfactorias. Ni siquiera por añoranza o por melancolía les daré el privilegio de tocarles con mi lengua. Ni volveré a escribir de esas serpientes nauseabundas que se toman el tiempo de enroscarse alrededor del cuello de su presa antes de devorarlo. Y por supuesto tampoco me tomaré el tiempo de halagar a las que silenciosas e inocentes pudren los corazones desde adentro porque no tiene el ímpetu de asesinar de frente.
Nunca más hablaré de esas putas agraciadas, por eso sólo hablaré de ti, que lees.
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