He conseguido enjaular el tacto en rutinas automáticas. Mi audición palpita inquieta e insaciable entre beeps y clicks pretendiendo presurosa transformarlos en significados específicos de una realidad oculta detrás de símbolos malditos.
El estruendo de la voz ha transmutado, la mirada se ha vuelto siniestra y acaricia cual lengua toda virtud del silencio...
Empecemos de nuevo; la voz. Voces lentas y perforantes, a veces sordas y a veces estridentes como cuando se sueñan paraísos de locura pero no hay suficientes monedas para comprarlos.
Ese estuvo mejor; el tiempo. Supo estirarse cuando tuve el tiempo de enredarme en él (tiempo). Deformase en largos hilos misteriosos, a veces toma la bella propiedad de una dulce serpiente y se enrosca para triturar los huesos de éste, su humilde servidor. Pues ahora en venganza yo lo retuerzo porque cuando empecé a escribir de él, él estaba como nuevo y en forma, como un resorte. Ahora ya lo tengo como un trapo viejo. Pero yo soy ese trapo viejo porque yo soy el tiempo, mi tiempo, que se lame a sí mismo cual perro callejero, envejeciéndose con cada lengüetazo...
Y con esto termino; las máquinas. Extendí los brazos y ahí estaban, me estaban esperando? Me senté junto a un árbol en un bosque y ahí estaban. A veces sonreía cuando estaban ahí, dóciles, pacientes, como animales creados únicamente para mi comando. Duermo pensando en ellas, camino y no camino acompañado por ellas. Solía gustarme respirar la mañana, ahora ahí están. En el baño, están. Cuando salgo de cacería, allí están. Aun puedo (de vez en cuando) mirar el ocaso y recordarme a mí mismo que son un ensueño. Aun palpita en mí la fiereza de la bestia salvaje cuyos colmillos y garras permanecen afilados. Y en ocasiones sueño que soy libre, que tan solo el viento lleva mi voz y mi estampa perdura en tu memoria y en la del agua(reflejada).
A veces sueño que esto no es real.
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