-Querido Ernest.
Por qué no toma
usted el importante paso y escribe su novela? Debe usted cuanto antes publicar
sus relatos, mire que yo tengo un pequeño círculo académico que sigue mis obras.
Escriba y prometo hacer un importante comentario sobre su novela y además hasta
me ofrezco a hacer un prefacio para usted.
Hágase una
reputación mi querido Ernest, cuanto antes mejor. Usted es brillante y a juzgar
por el acierto de sus ideas, se ve que puede ser un escritor importante para
esta época.
-Gilbert
Le hago saber
que he recibido a satisfacción su último libro y me he dado a la tarea de
leerlo hasta el final.
Antes que nada
quiero rogarle no confunda usted el oficio de escritor (que usted desempeña)
con la honesta búsqueda de la verdad, rara vez van de la mano. Además, no se
jacte usted de su manera infantil de escribir, pues se encuentra muy lejos de
ser un Joseph Conrad, y a su edad no le auguro se convierta en un Dostoievsky.
Sin embargo su obra sí tiene valor, a pesar de ser trivial, enseña escuetamente
cómo una disciplina otrora virtuosa, puede transformarse en un mero corrillo de
autocomplacencia.
Espero disculpe
usted mi contundencia y mi crudeza, pero lo que quiero hacerle ver es que su
obra no está siguiendo el camino que lleva a la verdad. El escritor que tiene
aspiraciones elevadas es el que ha sufrido la crueldad, el que se ha ahogado en
el esplín y la necesidad le ha llenado de hambre cada poro de su cuerpo. En su
obra se ve que para usted el escribir es algo tan tranquilo como decir una
pequeña mentira.
Querido Gilbert,
agradezco inmensamente su ofrecimiento pero debe saber que yo no escribo. Esto
se debe a que carezco de la disciplina y el gusto por ello, porque generalmente
escribo con tristeza, dolor y sobre todo con soledad; nunca para evocar la
verdad, soy un escritor que no escribe. Soy un escritor a regañadientes porque no
escribo por pasión o por amor a la verdad, escribo porque me toca, escribo para
no sufrir las inexorables consecuencias de mi propia existencia.