martes, 10 de abril de 2012

Textos

Te juro que lo vi reflejado en tus ojos, fue el parpadeo de la eternidad. Sentí diez veces la historia de la humanidad pero como si pasara frente a mis ojos. Me sentí en la oscuridad total, pero comprendí que mi destino era estar allí, me vi a mi mismo en tus caderas y en tus pantorrillas, entendí que el otro soy yo y no el infierno, que yo seré tu y que tu eres yo hasta que estallemos sobre el mundo y seamos ceniza.
Te entendí, porque la angustia no está anclada a luchas sociopolíticas, la angustia es una tensión entre tu entrepierna y la mía, y que los vellos delgados y rubios que se erizan en tu piel son la manera en que me encuentro cara a cara con la muerte. Me di cuenta también lo excesivamente rutilante de la alaraca pseudoacadémica y aprendí a desecharla, porque cuando mi pene esta dentro de ti, todas las voces se silencian, todas las ideas se asientan, y solo hay un largo y profundo "blanco" en su lugar. Entonces las palabras empiezan a sobrar, porque se revela su propósito y su misterio; no mueren, claro, pero se da uno cuenta desprevenidamente que en cada letra iba cifrado un mensaje genital que apunta diractamente al inconciente, al deseo. Es una pequeña búsqueda, un cortejo, un abrirse paso para reposar cálidamente ahí dentro del vientre que las llama.